Joseph Ratzinger no es alguien a quien yo especialmente admire. Se trata de una persona que recibió el título protocolario de Su Santidad como resultado de una votación en la que participó Su Eminencia el Cardenal Bernard Law. Al momento de votar en el cónclave de 2005, Su Eminencia era ya cómplice confeso de la violación sistemática de niños perpetrada por sacerdotes en la arquidiócesis de Boston, Estados Unidos, entre 1984 y 2001. ¿Lo mandó el flamante Benedicto XVI a enfrentar la justicia, como lo haría usted si uno de sus subalternos aparece siquiera mencionado en hechos así de graves? Adivine. ¿Lo protegió y le dio trabajo en el Vaticano? Adivine. Lo curioso de un hombre a quien puede asistirle la infalibilidad pontificia es que es muy difícil equivocarse con él.
A pesar de la opinión que —podrá imaginar ahora— tengo sobre Ratzinger, pienso que se está cometiendo una injusticia con él. Ocurre que durante el vuelo que lo llevó hace pocos días en su primera visita oficial al África como Papa, declaró que «No puede resolverse [el problema del SIDA] con la distribución de preservativos. Por el contrario, aumenta el problema». La ola de críticas no se hizo esperar, habida cuenta de los estragos que la enfermedad está causando sobre todo en ese continente. Lo más interesante para mí fue que, al menos entre mis amigos y conocidos, los comentarios más cáusticos vinieron precisamente de católicos. Personas educadas y conectadas con el mundo moderno y sus problemas, no dudaron en llamar al pontífice retrógrado, insensible, desatinado y dinosaurio (esto, dentro de lo reproducible). «¡En qué mundo vive!» «¡Por su culpa mucha gente piensa que todos los católicos somos así, y nosotros también somos la Iglesia!» «¡Ya se puso a hablar tonteras de nuevo!» fueron algunas de las quejas. Por mi parte, argüí que es injusto criticar sus dichos como un exabrupto.
Sí, injusto. Antes de apresurarse en calificar sus declaraciones, cabe preguntarse primero: ¿qué dice la doctrina que el Papa debe enseñar? ¿Dónde se expone esa doctrina en detalle? Las respuestas están en el Catecismo de la Iglesia Católica. Dado que la principal vía de contagio del virus del SIDA (VIH) es la sexual, le presento algunas secciones en el Catecismo que hablan sobre la sexualidad, el sufrimiento y la enfermedad:
«2351 La lujuria es un deseo o un goce desordenados del placer venéreo. El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de procreación y de unión.» • «2353 La fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana, naturalmente ordenada al bien de los esposos, así como a la generación y educación de los hijos.» • «2370 …es intrínsecamente mala ‘toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, hacer imposible la procreación’.» • «2372 …El Estado no está autorizado a favorecer medios de regulación demográfica contrarios a la moral.» • «1503 …[Cristo] vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan (Mc 2,17). Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos…» • «1501 …Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a él.» • «1521 …El sufrimiento, secuela del pecado original, recibe un sentido nuevo, viene a ser participación en la obra salvífica de Jesús.» • «272 La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento…» • «1505 …Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con él y nos une a su pasión redentora.»
Quizá para usted lo que se hace con consentimiento entre dos (o más) adultos en el plano sexual no es asunto mío, ni de usted, ni de nadie más. Sólo de ellos. Quizá para usted el SIDA es un problema científico (en lo personal, estoy involucrado en una investigación sobre el VIH), pero especialmente es un problema urgente de muerte y sufrimiento para millones de personas. Si piensa así, comparto plenamente su opinión. Sin embargo, el párrafo anterior muestra que según la doctrina católica las premisas para abordar el asunto son diferentes. Separar el acto sexual del acto de procreación es inmoral; el acto sexual fuera del matrimonio también es inmoral. En esos términos, no es extraño que el uso del condón aparezca como reprobable: previene el embarazo, y puede en principio incrementar la promiscuidad sexual. Si la pandemia del SIDA es esencialmente un problema de conducta sexual 'inmoral', los dichos del Papa no sólo no fueron un exabrupto, sino que son absolutamente consistentes con la doctrina católica. Para ésta además, el sufrimiento humano por enfermedad es digno de compasión pero también tiene una dimensión trascendente. Puede ser un medio para un fin espiritual superior. Lo que le dijo Teresa de Calcuta a una enferma terminal de cáncer ahorra explicaciones: «sabe, este terrible dolor es sólo el beso de Jesús — una señal de que ha llegado tan cerca de Jesús en la cruz que él puede besarla».
Adicionalmente, busqué en el Catecismo algún pasaje donde se condene o censure el no prevenir deliberadamente el contagio de una enfermedad con altísima mortalidad e incurable. O un pasaje donde se condene recomendar a un tercero que no use un método efectivo de prevención. No encontré nada, pero tal vez usted sí pueda. Puede consultar el Catecismo aquí (agradeceré más información que puedan aportar los participantes de este blog).
Si usted pertenece a la Iglesia de Roma y quiere acusar a Ratzinger de algo, podría acusarlo de ser un pastor que se presta para enseñar una doctrina psicodélica —no se me ocurre un mejor adjetivo— sobre la sexualidad y el sufrimiento. Pero, ¿realmente piensa que es el mensajero y no el mensaje el problema?
Quisiera plantearle que el problema es en realidad esa doctrina, muy anterior al pastor, aceptada y rumiada en silencio por el rebaño. Usted y yo sabemos que las ovejas nunca se han caracterizado por oponerse a una doctrina o ideología manifestándose o movilizándose contra ella. Que sólo los hombres y mujeres verdaderamente libres lo hacen. Así que no se considera una oveja ni real ni figurativamente, sepa que hay muchas personas impías en el mundo entero que sí apoyamos activamente la única estrategia efectiva en la práctica para controlar la pandemia y ponerle atajo a la tragedia: el uso del condón. Únasenos. Puede pedirle a su párroco en las reuniones de la pastoral que les explique a todos cómo el 'mal' del uso del condón puede compararse al mal causado por el SIDA. Si no le satisface la explicación, tal vez pueda decirle que esa doctrina cuesta vidas, que orará en casa y no volverá hasta que la rectifiquen. Cuando le pregunten sobre su credo en un censo, puede contestar 'otra religión'. Puede hacerles ver que no está feliz con esto. Puede hacer algo.
A lo mejor le deberán una millones de niños cuya mejor chance será que sus progenitores —en especial su madre— no hayan contraído el virus. Más de diez millones ya han quedado huérfanos de al menos uno de sus padres. En esta última hora que pasó, murieron alrededor de treinta niños contagiados por su madre. En la próxima, morirán otros tantos. Todos niños cuya única 'culpa' es, otra vez según la doctrina, haber nacido con el pecado original.
Por último, si de todos modos no va a hacer nada, al menos deje tranquilo a Ratzinger. No lo critique ni lo descalifique en las happy hours sólo para quedar bien usted.
** Artículo publicado por Felipe Veloso el 30 de marzo de 2009 en 3Blog
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